El secreto de los milenios (Sinopsis)
Daniel, Evelyn y Miguel son tres amigos que viven su rutina diaria en la asfixiante Habana. Sin embargo, una serie de acontecimientos inesperados los obligan a viajar a otro mundo, donde tropezarán con enigmas y misterios que, durante siglos, han fascinado a la humanidad. Antiguos templos mayas, pistas sobre el hundimiento de la Atlántida, moáis en perfecto estado y aeroplanos desaparecidos en el Triángulo de las Bermudas constituyen apenas los primeros soplos de la tormenta a la que los chicos deberán enfrentarse. El reloj cuenta y, tras varios meses de aventuras, tendrán que descifrar la relación existente entre ambos mundos y descubrir un increíble secreto. Solo así, antes de que sea demasiado tarde, podrán salvarse a sí mismos y a todo lo que conocen.
«El secreto de los milenios es una novela que posee efluvios de esa majestuosidad subyugante de libros como El señor de los anillos, de Tolkien, o La historia interminable de Michael Ende, por solo citar dos de los más conocidos. Pero tiene también ese juego de espejos que va del humor a la tragedia, de lo risible a lo terrible, de la mansedumbre a la rebeldía, presente en cualquiera de las obras de la saga escrita por J.K. Rowling al crear a su ya inolvidable Harry Potter» -Amir Valle
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Los universos sumergidos de Glauber Senarega
(prólogo de El secreto de los milenios, por Amir Valle)
El secreto de los milenios es, sin dudas, una primera novela marcada por el sello de la originalidad; una muestra de la precocidad y madurez literaria de su autor, el cubano Glauber Senarega y, sobre todo, un anuncio de la excelencia que, me atrevo a asegurarlo, podría alcanzar su obra futura, si vence las zancadillas, trampas y seducciones que la existencia
cotidiana tiende cada minuto ante quienes deciden transitar ese camino escabroso, laberíntico y de obligada consagración (diríase casi un sacerdocio) que es la literatura.
La literatura fantástica y de ciencia ficción en Cuba, aunque en la actualidad haya tomado rutas creativas y estructuras promocionales que hacen previsible un fortalecimiento creciente y sostenido del género, pese a no tener una tradición comparable a la existente en las literaturas rusa o norteamericanas, cuenta con escritores de primerísimo nivel, entre ellos, la más reconocida internacionalmente, Daína Chaviano, una de las tres “Damas de la Literatura Fantástica” castellana junto a la española Elia Barceló y la argentina Angélica Gorodischer, o el menos conocido fuera de la isla (pero considerado el mayor clásico en este género), Agustín de Rojas, a quienes menciono aquí precisamente por ser los máximos representantes cubanos de esa rama de lo fantástico en la cual se inscribe esta novela: la configuración de
universos paralelos a partir de una realidad tan específica como la vida cotidiana en la Cuba actual.
En ese sentido, lo primero que salta a la vista, como aportación de El secreto de los milenios, es la intención de universalizar la historia narrada, una historia cubana en toda regla, protagonizada por típicos jóvenes cubanos que descubren que su existencia ─al igual que sucede en otras novelas y relatos de la poderosa literatura fantástica anglosajona─ puede encontrarse de pronto en ese punto de confluencias culturales, históricas, e incluso geográficas, que le conceden universalidad a la aventura narrada. En simples palabras: lo cubano y nuestra tipicidad nacional vistas también como escenarios posibles para la ocurrencia de esas maravillosas historias fantásticas y de ciencia ficción que han marcado la literatura universal. Los primeros en hacerlo conscientemente, es decir, como parte de una estrategia discursiva, fueron Agustín de Rojas (Espiral, Una leyenda del futuro y El año 200) y Daína Chaviano (Los mundos que amo, Amoroso planeta y Fábulas de una abuela extraterrestre) y por ello no es difícil encontrar algunas claves comunes entre esos libros y esta primera novela de Glauber Senarega.
Ser o no ser: sigue siendo esa la cuestión
Tuve la suerte de leer una de las primeras versiones de El secreto de los milenios y esa experiencia ─he leído en sus primeras versiones otros cientos de libros hoy muy conocidos en las letras cubanas─ me permite dar fe de dos características que me hicieron confiar, desde el primer momento, en las posibilidades de este joven escritor: su receptividad ante la crítica ─quienes me conocen saben que a veces pierdo las riendas de la cortesía y suelo ser
demoledor, e incluso cruel─ y su poderosa capacidad de hacerse preguntas y buscar las respuestas que convierten a una obra literaria en un acto de creación genuino e intelectualmente superior.
Glauber asumió mis consejos, sugerencias y críticas con una seriedad rara en un escritor joven, pues todos pasamos por esa etapa en la que nos creemos genios, iluminados, seres llamados a eternizarnos por nuestro talento, y eso, en la mayoría de los casos que conozco, nos llevó a ver con ojeriza, desconfianza y rechazo rabioso las críticas que nos hacían. Sin embargo, con la misma tozudez y empecinamiento de sus personajes (Daniel, Evelyn y Miguel) Glauber escuchó todo, reflexionó sobre cada consejo y se lanzó a la reescritura de la novela, con una humildad admirable. El resultado ha sido excelente. Más allá del aprendizaje literario que haya podido trasmitirle, me animaba entonces el deseo de comunicarle algo que creo firmemente es una clave para el triunfo de cualquier gran escritor en un mundo cada vez más plagado de escritores mediocres y de otros perpetradores de horrendas obras que se cuelgan a sí mismos la etiqueta de escritor ─consejo que, por cierto, me dio a los 17 años alguien de quién Glauber también debe haber aprendido mucho durante su paso por el Centro de Creación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”, el narrador Eduardo Heras León─: “si quieres alcanzar alguna perfección en este oficio que es la consagración a esa diosa casquivana y esquiva que es la Literatura, tienes que escuchar las críticas, malas o buenas. Sólo con humildad se aprende a decidir qué crítica es buena o mala para lo que has escrito. La soberbia y la autosuficiencia sólo producen sordera, ceguera”, me escribió “el chino Heras” en una carta, en 1984, enviada desde La Habana a Santiago de Cuba, ciudad donde entonces yo vivía.
“Escribir es preguntarse cosas, cuestionar el mundo donde uno vive, y cuando uno pregunta, quiere escuchar lo que el otro dice, lo que sólo puede responder ese mundo de afuera. Escribir para escucharse y creerse sus propias verdades, es llegar únicamente a la mitad del camino en literatura”, nos aconsejó en uno de nuestros encuentros en 1983 otro
grande de las letras cubanas, el novelista José Soler Puig. Y, creyendo como creo en esa verdad aprendida por mí a muy temprana edad, me sentí satisfecho porque El secreto de los milenios es, de principio a fin, una búsqueda de esas verdades que aún hacen incomprensible este universo donde vivimos. Preguntas que, curiosamente, asaltan casi siempre con más fuerza la cotidianidad de los jóvenes, quizás porque en ese momento aún se conserva el espíritu rebelde de querer entenderlo todo; espíritu que con el paso de los años y la obligada labor de la subsistencia se va apagando y, generalmente, convirtiéndose en una aceptación estúpida y estupidizante de todo lo que la vida nos pone en el camino.
La maravilla de hacerse preguntas, de ir a la caza de las respuestas, de lanzarse a fondo en aventuras de final desconocido superando los miedos que la sociedad y la familia nos han inculcado es una de las virtudes de este libro. Para cada pregunta existe una respuesta, ya se sabe, pero la verdad siempre está afuera, en todas partes, e incluso eso que se conoce como “verdad” puede ser la suma de confluencias históricas, sociales, culturales, espirituales y de otra índole, ambientadas dichas confluencias en ese teatro eterno y humanísimo que es la lucha del bien contra el mal, de la luz contra las sombras, de la inteligencia en todas sus manifestaciones contra la brutalidad en cualquiera de sus formas. Ese entorno tan amplio, que va desde la cultura maya, la posibilidad de la existencia de la mítica Atlántida, la saga alucinante de desapariciones en el Triángulo de las Bermudas, hasta un gélido frío que sorprende a los protagonistas en una siempre calurosa Habana, confiere a esta novela una aureola mágica de imantación irresistible. La intención, como la de muchas grandes obras de la literatura universal, es clara: atrapar las verdades que definen a la humanidad como una de las más grandes y perfectas creaciones de alguna fuerza superior, algún Dios o de la naturaleza ─ “pienso, luego existo”, diría Descartes; “ser o no ser: esa es la cuestión”, diría Shakespeare─; preguntas que han sido y parecen seguirán siendo eternas, pero que, sobre todas las cosas, pertenecen a ese ámbito seductor que llamamos “misterio”. ¿Cómo
asombrarse entonces de que el propio autor resuma en una entrevista la tesis de su novela asegurando que es “Un viaje hacia lo incierto, hacia el lugar donde los más profundos secretos de la humanidad se esconden agazapados en cada rincón”?
Una ráfaga de aire frío, algunos personajes... y Glauber
Cuando le dije a Glauber Senarega que poseía un olfato narrativo singular, una fantasía desbordante y una capacidad rara para encontrar la dramaturgia más natural para una historia, desconocía el origen de esta novela.
“Un día, mis dos mejores amigos y yo salimos temprano de la escuela y nos envolvió una ráfaga de aire frío, demasiado frío para aquella tarde. Notamos que el aire soplaba desde el interior de un callejón oscuro, pero lo único que hicimos
fue compartir una mirada recelosa y reanudar el camino de vuelta a casa. Ese suceso me dio ideas para el primer capítulo de mi historia”.
Pero al leer la anterior confesión en una entrevista que le hicieran, sonreí satisfecho: esas palabras confirmaban mi veredicto. Y, leído el texto final que ahora, en esta edición, se presenta al lector, me complace repetir: El secreto de los milenios es una novela que posee efluvios de esa majestuosidad subyugante de libros como El señor de los anillos, de Tolkien o La historia interminable de Michael Ende, por sólo citar dos de las más conocidas. Pero tiene también ese juego de espejos que va del humor a la tragedia, de lo risible a lo terrible, de la mansedumbre a la rebeldía, presente en cualquiera de las obras de la saga escrita por J.K. Rowling al crear a su ya inolvidable Harry Potter. Tiene también ese toque historicista ─mezcla sutilmente lograda entre la mítica y lo científico─ de libros que abordan con seriedad sucesos descifrados o aún sin respuesta que se han convertido en mitos universales: las civilizaciones antiguas en la tierra, los contactos con seres de otros planetas, las culturas desaparecidas y las religiones ancestrales o que han sobrevivido a las intolerancias humanas.
E incluso esa intriga que los maestros de la literatura fantástica, la ciencia ficción o la novela negra han llevado a niveles de asombrosa y seductora efectividad. Y todo ello en una amalgama tan bien asimilada, tan cuidadosamente estructurada, con una dramaturgia tan natural como si saliera de la vida misma, y con personajes de tan exquisita configuración, tanto en lo psicológico como en lo discursivo, que la historia adquiere esa existencia propia, esa independencia, esa originalidad que tipifica las mejores obras del género.
Por esos senderos de excelencia se llega a la clave final de este libro que obviamente no revelaré. Pero en toda gran obra de este género: la literatura fantástica, que como se ha dicho es para muchos el perfecto para intentar explicar el mundo que vivimos y ese espacio tan breve, levísimo, que es la vida, hay un secreto. Daniel, Evelyn y Miguel, tras verse forzados a escapar de esa rutina que los asfixiaba en una también asfixiante y ─en muchos modos─ monótona Habana, escalarán aventura tras aventura hacia esa cima del crecimiento humano y espiritual que es el cuestionamiento de sus propias existencias, sus debilidades, sus miedos, sus fuerzas innatas o aprendidas, como una especie de moai personal desde el cual deberán zambullirse hacia el último reto: descubrir ese terrible secreto, tan infernal como paradisíaco ─otra vez, y más que nunca, aquí se decide la lucha entre el bien y el mal─, y todo lo que tamaño secreto implica para la vida.
Pese a ser una primera novela, cualquier lector encontrará en estas páginas talento, madurez y entrega al oficio de la literatura. Si en aquella primera lectura del original dije que se trataba de una obra “digna e interesante”, escribo ahora que El secreto de los milenios es una novela que aporta mucho al género en Cuba, que destaca por su originalidad, que se mueve por mundos no explorados por la actual literatura fantástica y de ciencia ficción en Cuba y, ya lo dije al inicio, que marca un debut de excelencia de un escritor, Glauber Senarega, cuyo nombre escucharemos mucho en el futuro de las letras cubanas y de la lengua española.
Amir Valle, Berlín, agosto y 2017